Todos los seres provistos de un alma tienen en sí mismos las causas de su cambio, y este cambio los lleva consigo, siguiendo el orden y la ley del destino. Aquellos cuyas costumbres experimentan cambios poco importantes y poco numerosos se desplazan solo localmente en superficie. Mientras que los que más a menudo y más profundamente caen en la injusticia se ven arrastrados hacia los lugares y las profundidades llamadas infernales, sumiéndolos en un gran temor y provocando sueños funestos, tanto en vida como cuando ya se han separado de sus cuerpos. En fin, siempre que el alma experimenta cambios más profundos, sea en vicio o en virtud, bajo el efecto combinado de su propia iniciativa y de hábitos fuertemente establecidos, entonces, cuando se mezcla con la esencia divina hasta impregnarse excepcionalmente de ella, pasa a un lugar excepcional, transportada por un camino sagrado hacia un lugar nuevo y mejor. En cambio, cuando sucede lo contrario, el alma establece su vida en un lugar contrario. Tal es, oh, tú, joven o niño, que te crees ignorado por los dioses, la sentencia de las divinidades del Olimpo.
(Platón, 'Las leyes', libro X)
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