El hombre ávido de riquezas y de alma empobrecida no presta oídos a estas doctrinas, y si sucede que las oye exponer, se imagina que debe reírse de ellas: se lanza por todas partes, sin pudor, como una bestia salvaje, sobre todo aquello que imagina que es bueno para comer, beber, y procurarle hasta la saciedad ese placer servil e infortunado impropiamente llamado placer de Afrodita. Es ciego, porque no ve el mal que es siempre simultáneo a cada falta contra la justicia en aquellas de sus acciones ligadas a la impiedad, y no ve que quien las comete las arrastra consigo en un ciclo que le lleva unas veces sobre la tierra, otras bajo tierra, en un movimiento de ida y retorno vergonzoso y miserable en su totalidad y bajo todos los puntos de vista. - (Platón, Carta VII)
Se imagina que debe reírse
Es preciso creer realmente siempre en esas antiguas y sagradas doctrinas que justamente nos revelan que el alma es inmortal y que, una vez separada del cuerpo, es sometida a juicio y sufre terribles castigos. He aquí también por qué es necesario entender que el hecho de ser víctima de crímenes importantes y de grandes injusticias es un daño menor que el hecho de cometerlas.
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In aliena castra confugi
Entonces, ¿qué? ¿estoy diciendo que soy sabio? (quid ergo? sapientem esse me dico?) No, señor (minime). (...) Ahora, hice aquello que es suficiente para mitigar todas las miserias (nunc, quod satis est ad omnis miserias leniendas), me di a seguir a hombres sabios (sapientibus me viris dedi), y no siendo todavía lo bastante fuerte para auxiliarme a mí mismo (et nondum in auxilium mei validus), corrí por refugio al campamento de otros (in aliena castra confugi), de unos que ciertamente se protegen fácilmente a sí mismos y a sus seguidores (eorum scilicet qui facile se ac suos tuentur). - (Séneca, Consolación a Helvia 5, 2)
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