"Es hora de medicina más que de lamentos", dijo [la Dama Filosofía] (sed medicinae, inquit, tempus est quam querelae) (...) "¿No me reconoces? ¿Por qué no dices nada? (agnoscisne me? quid taces?) ¿Es por vergüenza que callas, o por aturdimiento? (pudore an stupore siluisti?) Preferiría que fuera por vergüenza, pero veo que es aturdimiento lo que te aflige (mallem pudore, sed te, ut video, stupor oppressit)". Y viendo que yo seguía, no solo callado, sino completamente mudo y privado de palabra (cumque me non modo tacitum sed elinguem prorsus mutumque vidisset), movió su mano suavemente a mi pecho (ammovit pectori meo leniter manum et), y dijo: "No está en serio peligro, solo sufre de letargia (nihil, inquit, pericli est, lethargum patitur), la dolencia común de las mentes engañadas (communem illusarum mentium morbum). Se ha olvidado por un momento de su verdadero ser (sui paulisper oblitus est). En cuanto me reconozca, se recuperará fácilmente (recordabitur facile, si quidem nos ante cognoverit). Y para que pueda hacerlo (quod ut possit), limpiemos ahora un poco sus ojos, velados como están por la nube de las cosas mortales (paulisper lumina eius mortalium rerum nube caligantia tergamus)". Diciendo esto, y con su vestido recogido en un pliegue, secó mis ojos, que estaban bañados en lágrimas (haec dixit oculosque meos fletibus undantes, contracta in rugam veste, siccavit). - (Boecio, Consolación de la Filosofía I, 2)