Dos elementos se combinaron en nosotros al nacer: por una parte el cuerpo, que tenemos en común común con los animales, y por otra parte la inteligencia y la razón, que tenemos en común con los dioses. Debido a esto, algunos nos inclinamos más hacia la primera relación, que no está bendecida por la fortuna y es mortal, y sólo unos pocos se inclinan más hacia la que es divina y bendecida. (...) Por su afinidad con el cuerpo, aquellos que se inclinan más hacia él, unos se vuelven como lobos -desleales, traidores y dañinos-, y otros como leones. Pero la mayoría nos convertimos en zorros, que es como decir los granujas del reino animal. Porque, ¿qué es un hombre calumniador y malicioso sino un zorro, o algo incluso más granujiento y degradado? Pongamos atención, pues, y tengamos cuidado para que no nos convirtamos en una de esas abyectas criaturas. - (Epicteto, Discursos I, 3)